Loyda Ruiz: Seamos guardianes de la tierra que nos da un espacio para vivir
- Comunicaciones COOPBAM
- 20 jun
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Soy Loyda Ruiz, y junto con mi esposo, Edwin Campos, elegimos una vida distinta. Una vida construida lejos del ruido de las ciudades, entre cafetales, árboles nativos y los sonidos suaves del bosque de Yambrasbamba. Aquí, en un rincón que para muchos podría parecer lejano, nosotros encontramos lo esencial: tranquilidad, tierra fértil y un hogar donde criar a nuestros hijos con los valores que alguna vez soñamos.
No siempre fue así. Cuando empezamos, no sabíamos mucho. “Talábamos árboles sin pensar en las consecuencias. Sembrábamos como podíamos, sin ningún tipo de planificación”, confieso. Pero todo cambió cuando nos hicimos socios de la COOPBAM, en 2017. Fue un antes y un después. Con la asistencia técnica, aprendimos a cuidar lo que nos rodea. Dejamos los insecticidas y herbicidas, y empezamos a usar compost hecho con pulpa de café y estiércol de nuestros animales. “Nos dimos cuenta de que la finca tenía todo lo que necesitábamos. Solo hacía falta entender cómo usarlo sin destruir”, dice Edwin.
Juntos implementamos un sistema agroforestal. Plantamos bambú y árboles nativos cerca de las quebradas para evitar la erosión. Con el tiempo, el suelo mejoró, las plantas se fortalecieron y el entorno se volvió más vivo. “El bosque empezó a agradecernos”, dice Edwin, con una sonrisa que mezcla orgullo y humildad. La finca El Olivo, que él heredó de sus padres, no solo es nuestro sustento: es el corazón de nuestra historia.
Trabajamos en equipo todos los días. Edwin se encarga de la limpieza del terreno con la chaleadora, y yo me dedico a revisar las plantas, clasificar los granos y manejar la fermentación del café después de cada cosecha. “Cosechar y separar el café no es fácil, pero hacerlo juntos nos da fuerza”, suelo decir. En ese trabajo compartido hay más que rutina: hay complicidad, respeto y compromiso.
Para nosotros, el café no es solo un producto: es nuestra forma de conectar con el mundo. Nos emociona saber que nuestro esfuerzo cruza fronteras. “Imaginar que alguien en Francia o en Alemania disfruta una taza de nuestro café nos llena de orgullo. Nos motiva a seguir mejorando”, afirma Edwin. Ese reconocimiento silencioso, a miles de kilómetros, es un impulso que vale más que cualquier aplauso.
Pero no todo es trabajo. Vivir junto al bosque nos da otras alegrías. Caminamos entre árboles, observamos aves, respiramos aire puro. Participamos en programas de conservación porque entendemos que proteger este entorno es también una forma de proteger nuestro futuro. “No queremos que nuestros hijos solo hereden tierras fértiles, sino también paisajes vivos y sanos”, decimos convencidos.
Nuestro sueño es claro: seguir fortaleciendo El Olivo, producir un café de alta calidad y ayudar a que nuestra cooperativa crezca. “Queremos que nuestra finca sea un ejemplo de que sí se puede vivir del campo sin destruirlo”, dice Edwin. Y yo lo creo también. Porque cada árbol que sembramos, cada grano que seleccionamos, cada decisión que tomamos está guiada por un mismo principio: respeto por la vida.
Aquí, entre cafetales, flora y fauna del bosque, somos más que productores. Somos guardianes de esta tierra que nos acoge. Y desde este rincón de Yambrasbamba, queremos seguir demostrando que conservar y producir no son caminos opuestos, sino parte de una misma historia de esperanza.
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