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Adilmo Correa y Ofelinda Sarango: “La tierra siempre devuelve lo que uno siembra con amor”

  • Foto del escritor: Comunicaciones COOPBAM
    Comunicaciones COOPBAM
  • 20 jun
  • 2 Min. de lectura

Foto: Heriberto Panduro. Archivo COOPBAM
Foto: Heriberto Panduro. Archivo COOPBAM

Me llamo Adilmo Correa, y si algo he aprendido en esta vida es que la tierra siempre devuelve lo que uno siembra con amor. Vivo junto a mi esposa, Ofelinda Sarango, y nuestras hijas en un lugar que bien podría llamarse “El Paraíso”. No lo digo por exagerar. Aquí, en el corazón del Bosque de Protección Alto Mayo, la naturaleza respira en cada rincón; los árboles susurran historias y marcan el ritmo de nuestras jornadas. Este paisaje no solo es bello: es parte de lo que somos.


Nuestra finca se llama La Lima, y en ella cultivamos más que café: sembramos esperanza, futuro y respeto por la tierra. Pero no siempre fue así. Antes de ser socio de la COOPBAM, en 2014, luchaba día a día sin herramientas ni conocimientos técnicos. Sacábamos el café como podíamos, sin saber de fermentación ni de un secado adecuado. Era difícil, muy incierto. Pero gracias a la cooperativa, aprendí a hacer las cosas bien. Nos brindaron capacitación, acompañamiento y, sobre todo, nos hicieron entender que cuidar el bosque también era parte del trabajo.


Hoy cultivamos variedades como catimor, caturra, pacamara y pache, todas bajo sombra natural, rodeadas de árboles nativos. No solo producimos café de alta calidad: también lo hacemos bajo acuerdos de conservación. Eso significa proteger lo que nos rodea: no talar sin sentido, respetar los ciclos del bosque, convivir con él. Nuestro café lleva el sello de un compromiso: “no crecer a costa de la destrucción”.


Para mí, el café es libertad. Es saber que mi esfuerzo es suficiente, que mi trabajo tiene valor. Me levanto temprano con mi familia. Mientras nuestras hijas se preparan para ir a la escuela, Ofelinda y yo nos organizamos: ella atiende el biohuerto y la cocina; yo me ocupo de los cultivos. Y juntos nos encontramos en la faena diaria de despulpar y secar los granos. Revisamos cada proceso con cuidado, porque sabemos que detrás de cada taza hay alguien esperando lo mejor.


Ofelinda también ha encontrado su lugar en esta historia. Antes, muchas mujeres no participaban en la caficultura, pero eso ha cambiado. Ella es parte activa en la producción: se capacita, lidera y, además, cultiva otros alimentos que enriquecen nuestra mesa. También forma parte del comité de mujeres, donde elabora tejidos inspirados en el bosque, generando ingresos y compartiendo su arte con otras compañeras. Verla así, fuerte y decidida, me llena de orgullo.


Nos apoyamos en todo. Nuestro hogar funciona gracias a ese equilibrio. Yo valoro su creatividad y empuje; ella reconoce mi entrega y constancia. Sabemos que el camino no es fácil: el clima cambia, las plagas no avisan, el mercado a veces no perdona. Pero tenemos claro hacia dónde vamos. Queremos que nuestras hijas crezcan con educación y amor por su tierra, y que nuestra finca sea un ejemplo de que sí se puede trabajar en armonía con la naturaleza.


Cada vez que alguien, en algún rincón del mundo, prueba nuestro café, deseo que sienta lo que sentimos nosotros al producirlo: orgullo, respeto y esperanza. Porque detrás de cada grano hay una historia. “La nuestra.” Y desde “El Paraíso”, queremos seguir contándola, una taza a la vez.

 
 
 

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